Retrato de la favela en el diario de Carolina
El famoso reportaje en el que Audálio Dantas descubrió a Carolina de Jesus, la escritora todavía anónima, en la hoy desaparecida favela de Canindé, en São Paulo.
por Audálio Dantas
el 08/06/2018
La favela de Canindé, en São Paulo, es el pequeño (y miserable) mundo de Carolina Maria de Jesus. Una favela igual que todas las otras: sucia, triste, turbulenta. Y con la desventaja de haber nacido a la vera de un río (el Tietê), que a menudo invade todo con sus aguas cargadas de la suciedad de la ciudad. Carolina vive mal, como viven todos en la favela. Profesión, no tiene. Recoge papeles de los cubos de basura de la ciudad. No siempre tiene para comer (para ella y tres hijos menores) en su chabola. Pero ella aprendió a «ver» más allá del barro de la «calle» y de las chabolas oscuras: tiene su pequeño mundo interior, en el cual, a veces, hay sol y nubes coloridas. Escribe versos ingenuos, rellena cuadernos de sueños. Pero no se limita a soñar. No olvida el sórdido mundo que la rodea, la miseria de sus hermanos de favela —su propia miseria—. Maria Carolina tiene en su chabola una decena de cuadernos llenos de vida de la favela, un diario fiel, sin artificios, del día a día de su comunidad marginal. Hace muchos años que escribe sobre su pequeño mundo, «fotografiando» miserias, desencantos e, incluso, pequeñas alegrías. Porque, según ella misma comenta, «la gente que vive en la favela también tiene días de alegría».
El hambre fabrica a una escritora
El «diario» de Carolina es reportaje auténtico, retrato sin retoques. Carolina Maria de Jesus informa diariamente sobre la favela. Un reportaje vivido y sufrido. Cuando habla de la larga espera en la «cola del agua» (solo hay un grifo para abastecer a toda la población) es con el conocimiento de causa de quien permanece horas sentada en una lata, esperando la vez para llegar al grifo. Y cuando escribe, con su caligrafía nerviosa, de quien no tiene qué comer, es con el desánimo de quien está con el estómago vacío y sin perspectivas inmediatas de llenarlo.
Carolina Maria de Jesus tiene 45 años: «23 años de miseria en el campo y 22 años de miseria en la ciudad», tal y como ella define su vida. Nació en el interior de Minas (Sacramento) y está en São Paulo desde 1937, año en el que «debutó» en la favela. Sola, sin experiencia, encontraba todas las puertas cerradas. Hasta que conoció a otros miserables, que le tendieron la mano. Fue en la favela, donde vive hasta ahora, en la que encontró un poco de solidaridad. Y, como marginal, empezó a preocuparse por el problema de otros marginales. Entre los papeles que recogía de la basura siempre encontraba revistas viejas, libros destrozados. Lo leía todo. Un día, probó con unos versos, le parecieron bien y empezó su «fase poética».
Cualquier cosa era motivo para cuartetos inocentes que hablaban de gente pobre, de gente rica, de gente buena y de gente mala. Después vinieron los «cuentos» y las «novelas», historias simples, pero siempre marcadas por los tonos negros de la miseria.
«Carolina vive de los papeles que recoge, y en la miseria de la favela encuentra un motivo de inspiración»
Alguien vio sus escritos y dijo que eran buenos, que se pusiese en contacto con los periódicos. Carolina inició una peregrinación por las redacciones, pero no siempre encontraba a alguien dispuesto a leer sus cuadernos. De los periódicos pasó a las editoriales. Nunca la recibieron. Desistió, pero no dejó de escribir. Por necesidad de decir algo al mundo, de gritar a los oídos sordos del mundo. Su chabola está llena de cuadernos viejos, polvorientos. Llena de los gritos roncos de los chabolistas.
Pero Carolina no es solo una mujer que grita contra el mundo. También tiene sus momentos de fuga, cuando deja el registro puro y simple de las miserias de la favela y se encuentra con su «mundo interior». Mira a través de la ventana de la chabola y no ve el barro del terreno. Ni escucha el llanto del hijo del vecino. Descubre nubes coloridas sobre los tejados de zinc, se le llenan los ojos de sol y el corazón de alegría.
Sin embargo, es en el «diario» donde se encuentra a la auténtica Carolina Maria de Jesus, una mujer de favela hablando de la favela. Carolina solo estuvo dos años en la escuela, pero sabe contar historias. Sus frases cortas, muchas veces incorrectas, dicen mucho. Mucho de un pequeño mundo que se agita bajo tejados de zinc. He aquí algunos extractos del Diario de Carolina, elegidos al azar:
«21 de julio de 1955. Me desperté con la voz de D. Maria preguntándome si quería comprar banana y lechuga. Miré a los niños. Estaban durmiendo. Me quedé quieta. Cuando ven fruta, me veo obligada a comprar […] Me acostumbré a beber café en casa de Seu Lino. Todo lo que le pido prestado, él me lo presta. Cuando voy a pagarle, no me lo coge. Fui a escurrir la ropa y vine a preparar el almuerzo. Hoy estoy cantando. Todos tenemos nuestro día de alegría. ¡Hoy es el mío!».
«17 de mayo de 1958. Me levanté nerviosa. Con ganas de morirme. Si los pobres están mal situados, ¿para qué vivir? ¿Es que los pobres de otro país sufren igual que los pobres de Brasil? Estaba tan disgustada que incluso llegué a pelearme con mi hijo José Carlos sin motivo».
«19 de mayo de 1958. Dejé la cama a las 5. Los gorriones ya están empezando su sinfonía matutina. Las aves debe ser más felices que nosotros. Son irracionales. Tal vez entre ellas reina la amistad y la igualdad. […] El mundo de las aves debe ser mejor que el de los chabolistas, que se acuestan y no duermen porque se acuestan sin comer. […] Había personas que nos visitaban y decían: “Dios, vivir en un lugar así es solo para los cerdos. Esto de aquí es la pocilga de São Paulo”. […] Lavé el suelo porque estoy esperando la visita de un futuro diputado y quiere que haga algunos discursos para él. Hemos quedado hoy a las 10. Dijo que quiere conocer la favela, que si es elegido abolirá las favelas. […] He estado tan preocupada que aún no he contemplado los jardines de la ciudad. Es la época de las flores blancas, el color que predomina. Es el mes de María y los altares debe estar adornados con flores blancas».
«20 de mayo de 1958. El día venía surgiendo cuando dejé la cama. Vera se despertó y cantó. Y me invitó a cantar. Cantamos. João y José Carlos se unieron».
«28 de mayo de 1958. Amaneció lloviendo. Solo tengo 3 cruceiros porque le presté 5 a Leila para que fuese a buscar a su hija al hospital. Estoy desorientada, sin saber por dónde empezar. Quiero escribir, quiero trabajar, quiero lavar la ropa. Tengo frío. Y no tengo zapatos que ponerme. Los zapatos de los chicos tienen agujeros. […] Pasé una noche horrible. Soñé que vivía en una casa residible [sic.], que tenía baño, cocina, despensa y hasta cuarto de la criada. Iba a celebrar el cumpleaños de mi hija Vera Eunice. Iba a comprarle unas pequeñas ollas que llevaba mucho tiempo pidiéndome. Porque estaba en condición de comprárselas. Me senté en la mesa para comer. El mantel era tan blanco como el lirio. Yo comía bistec, pan con mantequilla, patatas fritas y ensalada. Cuando fui a pedir otro bistec, me desperté. ¡Qué realidad tan amarga! Yo no vivía en la ciudad. Estaba en la favela. En el barro, a los márgenes del Tietê. Y solo con 9 cruceiros. No tengo azúcar porque ayer salí y los chicos se comieron lo poco que quedaba. […] Hice la comida. Me pareció bonita la grasa friéndose en la olla. ¡Qué espectáculo deslumbrante! Los niños sonriendo, viendo la comida freírse en la olla. Especialmente cuando se trata de arroz y frijoles, es un día de fiesta para ellos».
«12 de agosto de 1958. Dejé la cama a las 6 y media y fui a buscar agua. Había una cola enorme. Y lo peor de todo es la calumnia, que es el tema principal. Había una negra que parecía la hubieran vacunado con una aguja de gramola. Hablaba de su yerno, que se peleaba con su hija. Actualmente es difícil coger agua porque el pueblo de la favela se ha duplicado. Y solo hay un grifo».
«23 de octubre de 1958. […] Ahora el encargado de la luz ha dejado de trabajar. Por la mañana se sienta ahí en el grifo y mete las narices donde no lo llaman. Yo pienso: él pierde, porque la lengua de las mujeres de la favela es amarga. No es de hueso, pero rompe hueso. Incluso Lacerda pierde con las mujeres de la favela».
«5 de diciembre de 1958. […] Me quedé horrorizada cuando escuché a los niños comentando que el hijo del señor J. M. fue a la escuela borracho. Es que el chaval tiene 12 años. Yo hoy estoy muy triste».
«25 de diciembre de 1958. […] João entró diciendo que le dolía la barriga. Creo que fue porque comió sandía en mal estado. Hoy lanzaron un camión de sandías cerca del río. No sé por qué esos comerciantes inconscientes vienen a tirar aquí a la favela sus productos pasados para que los niños los vean y se los coman».
«31 de diciembre de 1958. […] Hoy una mujer norteña fue al hospital para tener un hijo y el niño nació muerto. Ella está con suero. Su madre está llorando porque es hija única. Hay baile en la casa de Vitor. Me dormí después de las cursas [se refiere a las cursas de São Silvestre]. Y me quedé pensando en mi vida a lo largo de este año. […] José Carlos y João José estaban jugando a la pelota. La pelota de Tonico. Y la pelota cayó dentro del terreno de V. Y la mujer de V. pinchó la pelota del chico. Y los chicos empezaron a insultarla. Ella cogió un revolver y corrió detrás de los chicos. ¿Y si el revólver disparase?».
He aquí una pequeña muestra del Diario de Carolina. Son cosas que ella escribe y desea que el mundo vea.
Nota de la redacción: se respetó el original.
Traducción del artículo publicado en la revista brasileña Revista Figa.