Noche serena

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Le dije que no era necesario, pero quiso acompañarme hasta el portal, al traqueteo de su chuzo.

—De acuerdo, Aurelio, pero esta vez llevo llave.
—No se preocupe por eso, Claudia, que yo le alumbro y le abro. 
—Gracias, pero no es…

No me dejó ni acabar la frase y ya estaba metiendo la llave en la cerradura: 

—Que le abro, que le abro. Para eso estamos —sentenció orgulloso mientras abría la puerta—.

Insistió amablemente y desistí. Y tampoco quería ofenderle. Ya tenía suficiente con lo suyo del pito.

—Buenas noches, Claudia.
—Buenas noches, Aurelio.

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